Papá Noel, Gaspar, Melchor y
Baltasar tenían una reunión.
Quedaron un jueves de diciembre
en la Ponia, en casa de Papá Noel, los cuatro estaban muy serios,
preocupados, pensativos e intranquilos. Tenían que tomar una
decisión muy importante, una decisión definitiva que cambiaría
para siempre la Navidad.
Como todos sabemos, los
repartos de regalos se hacen en dos noches. En Nochebuena, de la que
se encarga Papá Noel y la madrugada de la cabalgata, de las que se
encargan los tres Reyes Magos. Por mucho que los cuatros son magos y
que pueden en tan poco tiempo acudir a casa de millones de niños,
siempre hay algunos que se quedan sin sus regalitos.
Ante la imposibilidad de
conseguir una solución para que entre los cuatro pudieran llegar a
todas partes, han decidido que no repartirán regalos a ningún niño
ni niña del mundo.
Tras tomar una decisión tan
complicada decidieron escribir una carta para explicarles a todos el
problema.
A medida que los niños y niñas
iban recibiendo la carta la tristeza se iba apoderando de sus
corazones. Sentían dolor a raudales, desconsuelo, amargura,
disgusto, angustia, desengaño, pesar y, en definitiva, pena, mucha
pena, una pena enorme como una gran losa.
Ese sentimiento corría de una
familia a otra, de una casa a otra, de un país a otro... hasta que
el mundo entero decidió no celebrar ese año las Fiestas Navideñas,
sumidos, como estaban, en la más absoluta desesperación.
Corriendo, corriendo, volando,
volando esta noticia y sus consecuencias llegaron también a una casa
muy especial.
Era la casa de un niño. Un
niño que precisamente el día 24 de diciembre, Nochebuena, celebraba
su cumpleaños. Pero en esa casa no había fiestas de cumple en el
parque, ni se iban a las bolas con los amigos y amigas, ni se
invitaba a nadie, ni había tartas ni mucho menos regalos. Ellos no
tenían dinero, ni juguetes, ni tablet, ni móviles, ni un armario
lleno de ropas, ni una mesa llena de chocolates y dulces, ni adornos
de Navidad, …. Ellos solo se tenían los unos a los otros.
Eran una familia muy querida
por sus conocidos, vecinos y amigos. Eran atentos, tiernos, educados
y agradables con todo el que les rodeaba. Siempre tenían algo que
compartir, un saludo cariñoso, una sonrisa en sus labios, una mirada
dulce, una palabra amable, es decir, que daban todo lo que tenían,
osea, su tiempo y su amor a los demás.
Por eso, cuando se enteraron de
la noticia no entendían el motivo de tanta tristeza. Cuando nació
este niño, hace ya unos años, vinieron los tres Reyes Magos a su
casa, y les trajeron unos cofres con unos tesoros, pero ya no han
vuelto a venir. Con aquellos obsequios había sido suficiente para
toda su vida. ¿Es que era necesario que eso sucediera habitualmente?
El niño, el miembro más
pequeño de esa familia, andaba por la calle distraído cuando
alguien le preguntó:
- ¿Qué te pasa? Te noto
pensativo.
- Intento entender – le
contestó el niño.
- ¿Qué quieres entender? - le
preguntó curioso aquel hombre.
- Pues cuántas veces tienen
los Reyes Magos que ir a casa de los niños para que estén contentos
– respondió pensativo el niño.
- Pues siempre lo hacen una vez
al año, menos este año. ¡Ayyy que disgusto tenemos todos! –
respondió el buen hombre con un suspiro.
- ¿Todos los años? Pues no lo
entiendo – insistió el niño - Los tres Reyes Magos, y su amigo
Papá Noel que les ayuda, les regalan a los niños al nacer tres
cofres repletos de grandes tesoros: Uno con un corazón generoso, otro con una vasija de
amor y cariño y otro con una mente para imaginar, pensar y aprender.
¿Es que con esas riquezas no es suficiente? ¿Pues qué más
hace falta? - preguntó el niño asombrado.
Aquel hombre no supo que
responder a tanta verdad. Tal vez ese era el mensaje que querían
transmitir Papá Noel y los Reyes Magos en aquella Navidad.
Quizás pretendían que todos
entendiésemos que la Navidad es otra cosa. Puede que los cuatros
magos quisieran que recordásemos que la Navidad es la fiesta de la
familia, que el mejor regalo es la propia vida y que ya tenemos todo lo necesario para ser felices.
Miró al niño que se marchaba
y le dijo:
- Me has alegrado la Navidad,
voy a hacer que todas las personas del mundo entiendan el mensaje de
los Reyes Magos y Papá Noel como tú me has explicado. Esto sí que
es un gran regalo – dijo el vecino con una gran sonrisa impregnada
de ilusión.
El niño le devolvió la
sonrisa con gesto de ternura.
- Dale un abrazo a tus padres,
María y José, de mi parte y que tengas un feliz día de cumpleaños,
Jesús – se despidió alegre el hombre.
- Gracias amigo. Y feliz día
de mi cumpleaños también para ti. Feliz Navidad a todos –
contestó con una bonita sonrisa en sus labios el Niño Jesús.
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